La poesía de Wislawa Szymborska (1923-2012) tiene ingredientes conocidos, entre los que se encuentran la contención, la ironía, la elegancia y una capacidad de asombro tan grande como su potencial para la compasión. Menos sabido hasta ahora era que la poetisa polaca llevaba más de cuarenta años reseñando libros raros en una columna periódica titulada Lektury nadobowiazkowe: esas “lecturas no obligatorias” que componen este libro, y que resultan de obligada lectura para quienes deseen conocer algo mejor el mundo propio de la Nobel de Literatura de 1996 y también el que compartimos con ella.
Más que reseñas críticas, como ella misma advierte, estos más de cien textos son pequeños epílogos o reflexiones suscitadas por la lectura de otros tantos libros de no-ficción, entre los que se encuentran ensayos, historia, biografías, ciencia popular, manuales de hágalo usted mismo, autoayuda,… un variadísimo catálogo de lecturas. La selección nos muestra a Szymborska como una autora especialmente filosófica, no porque le dé por hacer teoría, sino por su uso omnímodo de las ciencias y las artes para poner de relieve “la inmortal obstinación de lo diverso”, como diría Tomás Segovia. De hecho, la autora desconfía en general de las abstracciones y prefiere ir a las cosas mismas; hablando de la interpretación marxista de un cuadro de Vermeer, comenta que “nos parecerá sensata siempre y cuando no miremos al cuadro” (p. 41), y cuando otro libro no le agrada se limita a agradecer al autor “la ilusoria, aunque agradable, impresión de que en Polonia no hay escasez de papel” (110).
Estas prosas nos permiten entender la humildad que sólo se encuentra en los grandes artistas. Así, no le importa reconocer que, tras leer sobre la evolución de los organismos unicelulares a los pluricelulares, no tiene ni idea de “por qué sucedió así y no de otra manera”, y que “todos esos que lo saben, en realidad no lo saben tampoco” (118). Siempre le ha fascinado el azar, hacia el que siente gratitud; al fin y al cabo, todo cuanto “se ha conservado se lo debemos a su generosidad (169-170). Esa humildad también se manifiesta en su irritación para con los que se empeñan en designar a la poesía como algo sublime, “como si esta albergase aún secretos absolutamente inalcanzables para los otros géneros” (122). Szymborska ve con buenos ojos la “seriedad innata” de los acontecimientos naturales (190) y por ello en arte opta por la mesura, por no decir demasiado, porque “el problema de la expresividad es que si te entregas a ella con excesivo entusiasmo es muy difícil parar” (178). Por el contrario, en el teorema de Pitágoras encuentra “esa capacidad de revelar que es propia de la gran poesía, una forma que se reduce magistralmente a las palabras más necesarias” (194).
Como nos recuerda el traductor en su introducción, el de Wislawa Szymborska es un humanismo no antropocéntrico; su compasión no es ñoña ni sentimental. Szymborska detesta los muñecos de cera pero se encuentra a gusto con las momias de cualquier museo; observándolas “con atención, sin repugnancia ni pánico” encuentra en ellas algo “hermoso de una manera provocadora y patética” (170). Pues sólo al mirar las cosas con esa misericordiosa atención es posible verlas sin clichés ni prejuicios.
Finalmente, y en consonancia con toda la obra que conozco de esta autora, el libro es una defensa de la lectura, del placer de la lectura, y también de la lectora: como recuerda el traductor en su introducción, Szymborska “trata de tender un puente entre el autor y el lector”. Wislawa lee porque, desde pequeña, le produce placer “acumular saberes innecesarios” (46). Este hedonismo alimenta tanto su poesía como estos otros textos, nacidos por la curiosidad y el azar. Pues, como dijo en la ceremonia de entrega del Nobel, “el poeta, si es poeta de verdad, siempre tiene que repetirse no sé.”
Wislawa Szymborska
Lecturas no obligatorias, Traducción de Manel Bellmunt, Barcelona, Alfabia, 2009.
(Reseña publicada originalmente en Koult)